Como todos los adictos a la vida,
no la soportaba, cualquier tóxico era bueno para ausentarse del mundo sin
necesidad de digerirlo, mutilando los recuerdos, anulando el pasado,
pervirtiendo el presente; para poder subsistir a la insulsa realidad, para
revertir la nausea del mismo despertar, para alimentar al insomnio que le
protegía de los sueños perdidos en su inconsciencia, para vivir el único día
que nunca acaba cuando empieza.
© Juan
Carlos Saceda
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