Era el embrión de
un ser único, un personaje idílico que se gestaba en el útero de la libertad
con la semilla de la belleza más pura, transparente como el esférico éter que
rodea la tierra, feliz como un neonato acurrucado en el seno de su madre; vio
el mundo y decidió no nacer, renegó de una vida creada para él por un consejo
de ancianos ancestrales que poseían la sabiduría del universo, que conocían la
Verdad, que iban a hacer posible lo imposible, pero se negó a vivir; vio el
mundo y decidió no nacer.
© Juan
Carlos Saceda
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