La
primavera es dulzura despierta con su toque exacto de amargor incipiente.
El verano es el sol naciente,
sesteante, a
penas durmiente.
El
otoño es la primavera ausente, el llorar
del universo, la vida latente.
El invierno es la oscura luz, el
viento helado,
la duda hiriente.
© Juan Carlos Saceda
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