En aquel momento, como si
hubiera nacido otra vez, mi instinto me obligaba a sobrevivir, de qué servía,
si no, todo el esfuerzo que había realizado para estar aquí, todos los cuidados
de que fui objeto mientras mi ser se desarrollaba en una gestación lenta e
imparable, todas las lagrimas vertidas mucho antes de saber llorar con la sal
de mi cuerpo; yo ni siquiera era consciente de que mis células estaban ávidas
por reproducirse amamantándose en los pezones del destino con el agridulce
devenir mientras me absorbía la vida en su lento torbellino… sin poder morir.
© Juan Carlos Saceda
No hay comentarios:
Publicar un comentario