Escribir en la cabeza, en el
interior de mi cerebro era fácil, yo ya tenía varios libros acabados de cientos
de páginas, miles de palabras, millones de letras, una infinitud de signos
ortográficos, incluso con la entonación precisa para cada expresión, la mirada,
el abatimiento, la sonrisa, el descontento, el latido exacto del corazón… era
un escritor de sensaciones sobre el lienzo etéreo de una imagen difusa, un
escriba analfabeto, sin tinta, sin pluma, pero tenía musa.
© Juan
Carlos Saceda
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