Sabía que estaba mutando y se dejaba llevar por el cambio en interminables noches de insomnio, noches blancas, invisibles y ciegas en las que no rebosaba nada porque nada estaba contenido en ningún espacio y el tiempo era imperceptible como en la vacua inexistencia cotidiana, todo lo vivido era uno multiplicado por un cero infinito, un inacabable pasado empalidecido con el rigor mortis de un cadáver congelado que nadie reconoce porque nunca fue…
© Juan
Carlos Saceda
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