Su belleza se escondía en un rostro deformado por el dolor de
una constante desesperación vital bajo un grotesco maquillaje que la
insultaba con vulgaridad, sonreía de forma mecánica, sin reír, proclamando una
tristeza mal asumida y trágica; sus movimientos eran invisibles, como los de
una presencia fantasmal entre presencias humanas; nos miramos varias veces y
durante ese instante imperceptible no hubo noche en las afueras, era la noche
lo que mis ojos veían…
Un espacio curvo
cargado de asimetrías,
sinuoso y viperino,
con la concavidad pervertida,
eco de un silencio dañino,
el resumen de su vida…
Un espacio curvo
cargado de asimetrías,
sinuoso y viperino,
con la concavidad pervertida,
eco de un silencio dañino,
el resumen de su vida…
No hubo muerte, ni hubo transición, desapareció de pronto y de
repente amaneció, nació el día.
© Juan Carlos Saceda
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