Bajo una
semi sombra fruto del juego entre el sol
y una majestuosa higuera a la que viste nacer, reposabas la comida escuchando a
tu padre contarte las cosas que siempre te cuenta como si fuera la primera vez
que lo hiciera, ahora no había gallinas, ni el viejo carro, ni la estercolera
sólo tú y él y la historia de un corral por escribir aunque vive en tus venas…
-esta
tranquilidad vale más que to lo que
tenga la gente…
Lo dijo
sin darse cuenta de que te estaba enseñando lo que realmente vale la pena y se
quedó dormido sin ningún temor, le protegía la higuera.
© Juan Carlos Saceda
Delante de mi casa de niña, había una higuera. ¡Enorme! Y cuando era el tiempo de recoger el fruto, aquel árbol se multiplicaba en cientos de frutos, que brillaban al sol con aquella gotita de azúcar, a la que iban los gorriones, seguros de que aquel era el mejor de todos los higos. Y por la noche olía de esa manera que huelen las higueras: algo entre ácido y provocador, que parece que te llama.
ResponderEliminarTambién mi padre se sentaba debajo de aquella higuera...
Es curioso: has despertado recuerdos de viejas higueras... y todos ellos se merecerían un sitio, una historia.
Volveré aquí, a buscar nuevos recuerdos, tan bien escritos.
Aquí siempre tendrás una higuera donde refugiarte...
EliminarMuchas gracias por dejarte llegar a los recuerdos merecedores de visitas repentinas...
Un saludo!