Alimentamos las comunes fantasías que nunca se ven ahítas, regenerándose después de cumplidas, multiplicando su fuerza y vigor, provocando sensaciones tuyas y mías, exclusivas de los dos.
La misma mano con distinto tacto, agravado en la suavidad intencionada que provoca tu piel desnuda, blanca y maquillada para mí, tersa y cálida conmigo, expectante y sensible para tu goce y el mío.
Los mismos labios pero siempre otros, más deseados cada día y ya imprescindibles por la adicción cronificada y sin cura, que suponen; haciendo que la abstinencia, de ellos, incida en el alma con el dolor de la ausencia de lo amado, de la pérdida de lo más querido…
© Juan Carlos Saceda
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