Era adicto a las golosinas, a una
golosina en particular; disfrutaba pegándola a sus labios y dejando que se
fuera derritiendo en la boca, pausadamente, saboreando sin prisas pero con
cierto vicio la infinita variedad de matices organolépticos que esta delicia le
sugería y que le transportaban, junto a ella, a tierras en las que ningún ser
humano estuvo jamás...
© Juan Carlos Saceda
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