De sacerdotisa a diosa
por una tarta de manzana
y el jengibre y la canela
de un té
bebido en tus labios,
porcelana sedosa y sutil,
húmeda de ti,
abrasando sin quemar
calentando la sangre
en mi cuerpo,
piel fundente,
ya mas tú que yo,
absorbido
por el dulzor
del deseo
desde el centro de tu alma,
volcán de lava
que nunca para
y me atrapa en su erupción;
crujientes mordiscos
resuenan
y crispan mis oídos
con su canto,
incitándome el hambre
de tu pecado.
© Juan Carlos Saceda
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