Te alcancé aquel día
no muy lejano,
aunque ya distante,
con el verbo nacido
de la ambrosia que emanas
en cada instante;
me mojé los labios,
aún dulces,
con la miel
que destila tu flor
con pistilos y sin estambres;
en mi colmena te elaboro
con miles de obreras
y algún zángano que,
sin comprender mi posesión,
envidia mi suerte
que no es otra
que la de poder amarte
como lo hago,
sin condición,
sin pedir cuentas,
sabiendo que sólo
puedes ser mía,
y de más nadie…
© Juan Carlos Saceda
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