Cultivo las letras inspirado por la belleza y en ellas me sumerjo para buscarte; desde allí te hablo con la certeza de no resultar inmune a tu corazón que se acompasa con mi latir trayéndote hasta mí. Grita fuerte para que oiga tu pensar, piensa intenso para que escuche tu sentir.



miércoles, 30 de noviembre de 2011

Sangre





¡Ya no vienes a mi templo
 diosa entre las diosas! 
Un mortal te ha hechizado, 
o ¿fuiste tú, hechicera, 
la que le embrujaste a él 
harta de mis devaneos 
con las vestales?
..

Ayer vi una sombra 
que llevaba tus ropajes 
cubierta de hojas de otoño 
que le dejaron los arboles, 
cómplices de una época 
de encuentros y despedidas, 
de acuerdos consejeros 
y pactos universales, 
de dicha y desespero, 
de espejos llenos de letras 
que reflejaban tu imagen.
...

Desapareciste en otoño 
como lo hacen las flores, 
y las mieles del recuerdo 
cosechadas este año 
por abejas ancestrales, 
se almacenan en mi alma 
convertidas en cristales; 
dulces filos, 
dulce corte, 
mucha sangre.

© Juan Carlos Saceda

Esencia


Tiembla mi silencio cuando escribo, celoso del poder, que hasta yo desconozco, de mi palabra, y me agarrota los dedos, temeroso de su propia soledad, volviendo insustancial todo lo que me mana; sabe que la palabra me hechiza, que me abstrae de su compañía, que hablo con ella y me olvido de la realidad que me acosa… me conoce tan bien mi compañero.
Eres esa sucesión de letras que hablan de ti, que antes de nacer se gestan en la preñez de tu imagen, dejando que alimentes su hambre con tu acento lejano e inquietante; gravitan tranquilas en tu seno para nacer en un parto indoloro convertidas en palabras con el rostro de su madre y las hechuras de un padre que las mima viéndote en ellas, y las baila en un juego de escritura con el que acaba de formarte entera, toda tú, en tu esencia primigenia y absoluta…

© Juan Carlos Saceda

martes, 29 de noviembre de 2011

Carmín




Los triunfos de mi vida, que son muchos, se ensombrecen con la negativa de tus labios, pero no te importa, tú ves en la oscuridad como los gatos y disfrutas mirando sin ser vista, inmune a mis ojos negros que te buscan sin descanso; eres la única que rompes mi equilibrio, aunque también con esas manos felinas, consigues sujetarlo.

Hasta dormido me vigilas, visitándome despierta por los sueños del descanso y allí consciente me seduces y te escondes cuando el sol lanza sus rayos, llevándote mis recuerdos, para con ellos seguir flirteando y la única pista que me queda es un regusto afrutado de carmín, con las huellas que en mi cuerpo vas dejando.   

© Juan Carlos Saceda

Ilusión


Desde esta ilusión que llama al desengaño, fluyo despacio al prana que reserva para mí la existencia; tan lento es el caminar que no es necesario un alto para sofocar un resuello que no necesita alivio, ni alimento, ni bebida, que tan solo requiere senda lisa, diáfana de pensamiento, sin fin a la vista; de espaldas la recorro para no ver lo que ya sé y no me gusta y para que no vean mi rostro que tanto me dificulta; que guapo es mi niño decía mi madre sin hablar, pues nunca la oí decirlo y feo fui siempre para mí aunque el mundo pensara distinto.

© Juan Carlos Saceda

Fiel


¿Sabes que consigues arrancarme una sonrisa cada día? Te veo leyendo lo que escribo, seria pero sonriendo un poco, imaginando mi rostro narrando el texto, contándotelo a ti que me escuchas tan bien, que me valoras al alza sin motivos aparentes, sólo por mí, por lo que anoto con ansias para introducirlo en el buzón de la espera que aguarda tu esperanza para verse satisfecha.
Nunca me canso, siempre quiero más, cuando lo tengo ya es pequeño, si miro al final el desmayo del vértigo me abate y lo peor de la caída es que no tiene término. 
Coge esto, es para ti, te mereces muchísimo pero poco más puedo darte, todo lo que soy es poco y no hay más en mí… no quiero nada a cambio.

© Juan Carlos Saceda

Llanto


Despertar de luces rojas y sirenas en un mar de hielo y tierra, con islas de esperanza pétrea que el agua nunca anega; lloros, gritos, carreras; lenguas candentes, viperinas, venenosas de fuego, lacerantes de ardor interno… el llanto de un bebé disipa la duda y arma la entereza con el valor de una vida que hoy no me pertenece, es suya. 

© Juan Carlos Saceda