Quería embriagarla de amor con mis palabras; usaba mi voz como detonante de un artilugio de pasión, un artefacto explosivo con la capacidad de reavivar el fuego que abrasa sin quemar, de mantener latente un rescoldo de vida en su vida, mi vida...
La observaba deambular por los meandros de mi escritura, escrutando cada sílaba, memorizando lo leído, entreviéndose en el espejo creado con las letras para ella.
La dulzura del chocolate embriagaba sus sentidos potenciada con la imagen de mi rostro; un circulo de voz difusa la envolvía en un halo de ensueño haciéndola levitar de placer, flotar en un espacio ingrávido de tiempo, desplazarse sin esfuerzo con una sola orden del cerebro.
La impresión de la estampa sublimaba el mundo traspasando limites insondables...
© Juan Carlos Saceda
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