Heredero de una opinión castrada por el momento, aprendí
a hablar afilando la expresión de los ojos, acentuando las mayúsculas,
semejando los gritos de un mudo escritos en el papel del descontento; pero sólo
me escuchaba mi propio silencio, cómplice de la atrofia que me encoge hasta
disminuir mi voz, mi existencia, mi desarrollo, en la partícula más minúscula
conocida en el firmamento.
© Juan Carlos Saceda
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