Llegó la noche, testaruda, detrás de una densa niebla
iluminada sin vigor, por la luz de las iridiscentes farolas ahítas de cansancio
y desconsuelo.
Húmeda de deseo y celosa de sonrisas y placeres velados,
me cantabas al oído tus temores infundados en rostros de belleza opaca a la
claridad de tu visión, que siempre enfoca el absurdo volviéndolo entendible,
asequible, llano y liso a mi paso; la sonrisa dominaba unos labios que hartos
de besos querían más y más y seguían besando sin limites humanos que pudieran
pararlos… tú, única en la inmensidad del aquí, del allí, del más allá, del
infinito inmensurable por el sistema métrico conocido en los confines del
abismo de las mentes que manejamos…
© Juan Carlos Saceda
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