Te recibí vestido de negro, en la puerta de la finca y
después de intercambiar saludos te guié sin dejar de hablar por el camino
empedrado, posando la mano en tu hombro para avisarte cada vez que un escalón o
canto más elevado que el resto, te amenazaba con la posibilidad de un tropiezo
o una caída inesperada
Un sutil aroma a sándalo se iba densificando con la misma
cadencia que nuestros pasos y flotaba
invisible mezclándose con el aire que nutría de oxígeno nuestras células
haciéndose cada vez más penetrante.
Entré delante de ti, para señalarte el recorrido, en una
sala de espera en la que una mesa octogonal de madera con cuatro sillas
dispuestas a su alrededor, sobre las que descansaban sendos cojines de lana;
una docena de títulos enmarcados de los distintos cursos que había realizado
sobre anatomía, osteopatía, masaje y otras prácticas manuales; varias
fotografías con personajes de distinta índole pero con fama reconocida, y una
lámpara sencilla imitando a viejo componían la sobriedad de su decoración.
Tras atravesarla, accedimos a la sala por una puerta
arrinconada a la izquierda que en otros tiempos sirvió de cancela a una cuadra.
Ahora el perfume a sándalo era constante, más denso, se podían ver nubes de
aroma al trasluz de la ventana que quedaba enfrentada a la entrada…
Juan Carlos Saceda
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