Penetraste en mí impregnada por el tibio aroma del aceite
que envolvía tu cuerpo; recorriéndote con el desliz de mis manos, viajé los
mundos prohibidos por tan deseados y te
besé con ellas convirtiéndolas en mis labios, hasta llegar a tu corazón que
latía desesperado, y con tu sangre navegué tus adentros y te alimenté de mí con
un disfrute que fue un sueño, que fantasmeaba por las alcobas de mi descanso.
Juan Carlos Saceda
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