La noche se movía con la quietud del devenir pausado,
arrastrando nuestros corazones, que ya latían al unísono, acompasados con ella
en un vals de giros entre estrellas; el borboteo de las llamas arrojaba luciérnagas
fugaces perfumadas con el intenso aroma del olivo seco, que iluminaban el roce
de dos cuerpos desnudos, dejando entrever como fluía un circulo de luz difusa y
creciente en su entorno; la imprecisión del color de la piel aumentaba con la
creciente excitación, translucida en matices invisibles al contemplar
despistado y enajenando nuestras mentes con el gradiente en el pico más alto…
Subidos en las cumbres del placer, nos ensimismábamos
contemplando los gestos que mostraban nuestros rostros, inmortalizándolos en la
memoria para refrescarlos y airearlos al viento del deshojado otoño venidero.
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