No me acostumbro a la muerte, la conozco bien, trabajo a
menudo con ella, desde hace mucho tiempo, pero siempre me sorprende; unas veces
por la inmediatez, otras por su lento pero implacable caminar, pero cuando más
me conmueve es cuando su propia víctima la convoca esperándola de frente sin
más armas que el deseo de que venga y se la lleve; entonces, como hoy, es
inútil pelear, hacer el quite, distraer, no hay nada que la frene…
Ahora queda un residuo almacenado en la mente y un sabor
agrio en la boca que me seca y me entristece y que nunca consigo olvidar, la memoria
lo retiene.
© Juan Carlos Saceda
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