El grano de tierra creció, hasta convertirse en montaña,
ahora dominaba un horizonte límpido y de una amplitud inmensa; en sus cumbres
nevadas habitaba un ermitaño de una sabiduría inusual para estos tiempos; en
sus laderas convivían las rocas con la plantas y la humedad se movía graciosa
jugando al escondite con los rayos del sol dejándose escurrir pendiente abajo
provocando un recital de relajo a su paso; las huellas del suelo se alternaban
describiendo con su grafía los más nimios detalles del pasado y, para los
expertos en lenguas desconocidas, del porvenir del resto de los tiempos…
Juan Carlos Saceda
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